Cuando alguien llega a la calle, queda marcado de por vida. Él a lo mejor lo supera, pero no la sociedad.
Tengo un buen amigo, al que aprecio mucho porque sé lo que le ha costado salir, que siempre me comenta: "Mira, Pedro, cada vez que voy al centro de día donde tenía mi empadronamiento y domiciliados los recibos del banco, por si acaso llega algo, me miran con cara de sorpresa y me preguntan ¿ah, pero sigues con el mismo trabajo? Nunca me han felicitado por haber salido". Él lleva más de un año fuera de la calle.
Todo el mundo espera que "recaiga", la desconfianza es permanente.
Volvemos a lo del juicio permanente. Si llegó a la calle por algo habrá sido. No es trigo limpio. Volverá.
Por eso el miedo de la gente de la calle a contarlo. Cuando salen lo ocultan, saben que serán juzgados y no con benevolencia.
No solamente esto. Cuando llegas por primera vez a un albergue, quedas marcado. Para el resto de tus días será "tu albergue de referencia". Es decir, que si por lo que sea, esas casualidades de la vida, consigues salir y vuelves a recaer, estás obligado a volver al mismo. Aunque esté lleno y no haya plazas, es el tuyo y no puedes ir a otro.
Por supuesto si en "tu" albergue te ven volver no te dirán eso de "no pasa nada, a volverlo a intentar", sino aquello de "ya te lo decía yo".
Tengo otro buen amigo al que le ha costado tres veces conseguir salir de verdad y estabilizarse. Hoy me ha invitado a comer y prometo escribir sus crónicas. Lleva ya dos años fuera de la calle y tiene 60 años. Siempre dice "nunca se fiaron de mi capacidad para luchar y conseguirlo".
Estamos sometidos al juicio permanente, a la desconfianza más absoluta. En el fondo no creen que merezcamos otra oportunidad. No haber fracasado.
Y con este concepto mental, ¿cómo creen ustedes que son las ayudas?
¿Para ayudar a salir o dando por hecho que no vamos a salir nunca?
El estigma de la calle es como la marca indeleble de los sacramentos. Somos distintos nos guste o no.
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