martes, 18 de agosto de 2009

Viaje al corazón de la indigencia(Jerez de la frontera)

Cuando hablamos de un sin techo solemos imaginarnos un individuo sucio, mal vestido, que huele muy mal y va arrastrando unos cartones. Pensamos, quizás, en un individuo hecho polvo, agarrado a un tetrabrick de vino y que habla en voz alta desvariando. Hasta alcanzamos a verlo durmiendo en unos soportales o en un cajero automático, cuando, eso sí, no lo esquivamos o desviamos la mirada para no sentirnos culpables o afectados. Pero no siempre es así. Muchos -más de lo que los clichés nos hacen pensar- ni son alcohólicos ni pasan las horas bebiendo ni desvarían. Lo que sí define siempre a estas personas es la falta de un techo.

Cuando hablamos de una persona sin hogar, por su parte, nos referimos a aquella que, si bien tienen un techo en el sentido literal de la palabra, le falta todo lo que supone vivir en un hogar verdadero. Malvive quizás en algún albergue o en una pensión barata. Pero carece de las mínimas condiciones para vivir con dignidad y apenas tiene recursos para comer. Hay muchas personas que son sin hogar que permanecen agazapadas, ocultas, puesto que la soledad, el sufrimiento y la angustia se pueden disfrazar, pero no por ello su situación deja de ser también un auténtico drama.

No existe ningún informe oficial que determine cuántas de estas personas hay actualmente en Jerez, pero los que trabajan con ellos a diario coinciden en señalar que podría haber algo más de una veintena de sin techo y entre 30 y 40 sin hogar. Posiblemente haya más, porque saben que siempre los hay que permanecen ocultos por aquello de la vergüenza.

LA VOZ ha querido conocer cómo viven recorriendo los diferentes puntos de la ciudad donde se localizan una buena parte por la noche. Y ha contado con uno de los mejores guías posibles, una persona que los conoce muy bien, que trabaja con ellos a diario y que les ayuda dentro y fuera de su horario laboral. Se trata de Toni Guillén, educador social del comedor social El Salvador de las Hermanas de La Caridad.

Primera parada

Este viaje al corazón de la indigencia de Jerez comienza en la Rotonda de los Casinos. Son las nueve y se supone que está a punto de llegar una furgoneta con voluntarios de Cruz Roja que reparten café, caldo caliente, zumo, leche y unas bolsas con bocadillos, magdalenas y zumos a los sin techo, sin hogar y, en definitiva, a cualquier persona o familia que lo necesite. Lo hacen cuatro veces por semana (lunes, martes, miércoles y viernes) y tienen ya fijadas distintas paradas en la ciudad.

El primero en aparecer por la Rotonda de los Casinos es Juan Pedro González. Llega comiendo un tomate, cuyo jugo llena de lamparones el jersey de pico que lleva puesto. Es de color crema claro, con lo que resulta imposible no fijarse en las manchas. Tiene 34 años, es esquizofrénico y padece, además, una deficiencia mental. Vive en una pensión que le ayudan a costear Cáritas, el comedor social El Salvador y Servicios Sociales del Ayuntamiento de Jerez porque con los 328 euros mensuales que percibe de paga no contributiva no le llega.

No tarda en reconocer a Toni Guillén, lo que le hace volver del mundo en el que parece perdido. Comienza entonces a hablar sin respiro, sin importarle que entenderle sea poco menos que misión imposible por los problemas que también padece en las cuerdas vocales, circunstancia que, sin embargo, no le impide fumar entre tres y cuatro paquetes de tabaco diarios.

Mientras Juan Pedro sigue contando batallitas y mostrando a todo el que quiere prestarle atención las numerosas medicinas que porta en unas bolsas de plástico, van llegando más personas que también esperan a la furgoneta de Cruz Roja, que esta noche lo hace con retraso porque se ha entretenido en una parada anterior. Llegan a ser una quincena, aproximadamente, los que aguardan haciendo frente con paciencia a un frío tracionero que acaba calando en el cuerpo.

Ramón, Loli, Alfonso, Agustín, Rosario, el mencionado Juan Pedro... Cada uno con su historia a cuestas. Todos se conocen, aunque conversan en grupos diferenciados. Toni Guillén cree que la presencia de un periodista y un fotógrafo de LA VOZ ha ahuyentado a varios de ellos porque no quieren salir retratados.

La furgoneta con cinco voluntarios de Cruz Roja llega a las diez menos cuarto. Reparten la bebida y los alimentos mientras saludan, abrazan y besan a muchos de los que se acercan a llevarse algo. El proceso dura unos 20 minutos y transcurre sin incidentes.

Amor en la calle

La siguiente parada es un soportal de Divina Pastora. Vamos en busca de un sin techo llamado Raúl. Supera los 50 años de edad y es de los que «lleva toda la vida viviendo en la calle». Cuentan que hace poco que le ha cambiado la vida, pero no porque haya encontrado una casa, sino porque ha encontrado el amor después de tanto tiempo. Su pareja es también una sin techo, más o menos de la misma edad, que está enferma y cuya vida está condicionada por una silla de ruedas. Dicen los voluntarios de Cruz Roja que «se ha volcado con ella y está todo el día cuidándola y pendiente de que no le falte nada; está encantado».

Pero no tenemos suerte. No están en su rincón habitual, bajo los toldos de un conocido restaurante cuyo propietario les permite pasar allí las noches. Así que Toni Guillén nos guía a otro lugar: la barriada de La Plata.

En unos soportales junto al Centro de Día Siloé acostumbran a dormir y pasar buena parte del día un grupo de sin techo. Son las diez y media y sólo hay una persona, aunque varios colchones, cartones y mantas evidencian que son bastante más los que han convertido ese espacio en su hogar.

Se trata de Paco. Tiene 55 años y lleva 15 en la calle. Está dormido, semidestapado y en una postura que evidencia que se ha quedado frito tras dejarse caer de mala manera. Se despierta al detectar la presencia de Toni y los periodistas. El alcohol que ha ingerido impide entenderle con claridad, aunque el habla se le va haciendo algo más comprensible con el paso de los minutos.

Cuenta que está pasando una mala racha. El día anterior había ido a Puerto Real a ver a su mujer y su hija y se enteró de que la primera «había vendido la casa por 21 millones de pesetas». Relata que, encima, otro sin techo le ha robado 40 euros en el parque de La plata. Está desolado y suelta una sentencia que eriza la piel: «Estoy solo en esta vida y no tengo nada ni a nadie; estoy muerto».

Tras escucharle y regalarle palabras de consuelo -además de media docena de cigarrillos y un mechero-, Guillén nos reconoce en voz baja que, efectivamente, Paco tiene una salud muy delicada y que habría que hacer algo con él para evitar «una desgracia». Explica que su principal problema «es que no come nada, pero nada de nada; si acaso una tostada por la mañana en Siloé, después todo lo que se mete es bebida».

No llega ningún compañero de Paco. Al parecer, la Policía ha detenido a uno de ellos y cuando sucede algo así es habitual que «den la espantada durante un tiempo por si acaso, pero después acaban volviendo porque éste es su sitio».

Llega el momento de la despedida. Paco estrecha con fuerza la mano de los periodistas y del educador social. Pero una frase rompe el silencio de la noche cuando nos hemos alejado unos 20 metros y estamos cerca de llegar al coche.

Toni, ¿te quiero!

El siguiente destino es Madre de Dios. El objetivo ahora es encontrar a Manuel, un sin techo al que los responsables de El Salvador hace tiempo que perdieron la pista y que, según acaba de saber Guillén, podría estar en unos soportales de la zona. Y, efectivamente, allí está. Pero lleva un rato dormido y, tras comprobar que se encuentra bien, nos encaminamos a la plaza de San Lucas.

Okupas

En esa zona hay bastantes casas abandonadas y varias de ellas han sido ocupadas por personas sin hogar. Es el caso de Loli Pizarro, de 40 años, y Alfonso Martín, de 36. Son pareja desde hace algo más de once meses. Han ocupado una vivienda situada en la primera planta de un inmueble apuntalado y que se encuentra en un pésimo estado de conservación. Los bajos son una sucesión de habitáculos donde se acumulan los escombros y donde permanecen las visibles las pruebas de que aquello fue en su tiempo un chutadero.

Su hogar, sin embargo, es todo lo contrario. Ellos mismos lo sanearon, limpiaron y arreglaron hasta convertirlo en una coqueta vivienda que, a pesar de sus escasos 15 metros cuadrados, goza de una aperente habitabilidad. Tiene una cocina, un saloncito y un cuarto, todo de dimensiones reducidas. Eso sí, ni nevera ni cuarto de baño ni grandes lujos. Lo más parecido a esto último, una televisión de segunda mano por la que pagaron 20 euros, según cuentan.

La historia de sus vidas merece un capítulo específico, igual que las de muchos otros sin techo y sin hogar de Jerez, como los mencionados Juan Pedro y Paco, que este periódico contará a partir de mañana en sucesivas entregas individualizadas. Son los rostros de la pobreza en esta ciudad, unos rostros con nombres y apellidos.

Son casi la una de la madrugada y, como prácticamente toda la ciudad, los sin techo y sin hogar también duermen. Quien suscribe también lo intentaría, aunque el viaje que acaba de concluir no se lo pondría fácil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario